Mamá, soy un pez

Este film europeo de animación, destinado al público infantil, combina capitales de Alemania, Dinamarca e Irlanda con una historia y una estética propias de los estudios Disney.
Todo comienza en una aburrida tarde de vacaciones. Tres niños, Fly, su hermana Stella y su primo Chuck, desobedecen las órdenes de sus padres y se escapan a la playa con la intención de pescar. Accidentalmente, caen en una caverna y descubren el laboratorio del profesor Mac Krill. Este excéntrico científico está convencido de que, por efecto del calentamiento global, en pocos años la mayor parte del planeta quedará sumergida bajo los mares. Por este motivo está obsesionado con descubrir una pócima que permita a los hombres respirar bajo el agua.
Como nos es revelado por el título del film, los niños se convierten en peces y viven una serie de aventuras mientras intentan retornar a la forma humana. Simultáneamente, en el fondo del mar ocurre un proceso inverso. Por culpa del derrame de un antídoto (también creado por Mac Krill) los peces comienzan a “humanizarse”: primero hablando, luego pensando y, por último, soñando con la conquista del globo terráqueo, para lo cual conforman una organización fascista, beligerante e imperialista.
Este último recurso permite la antropomorfización del reino animal, tan característica de los estudios Disney. Así, el relato puede vehiculizar las habituales consignas racistas, sexistas y maniqueas. Los “malos” (en este caso, la mayoría de los habitantes del mar) son aquellos que se parecen a “nosotros”, pero que no lo son esencialmente. “Ellos” pueden aprender “nuestro” idioma, pero cualquier otra semejanza es pura coincidencia.
Para reforzar la identificación con el “nosotros”, los protagonistas responden al estereotipo del WASP (blanco, anglosajón y protestante). Fly luce su gorra de béisbol y sus zapatillas deportivas, se desplaza en skate y es amante de los videojuegos. Chuck, en cambio, representa a una cruel caricatura de los intelectuales: gordo, con grandes anteojos, poco amigo de la aventura y, cuando se transforma en una desagradable aguaviva, pelado.
Las poco atractivas canciones (que en su doblaje al castellano pierden toda gracia, debido a una pésima traducción que se esfuerza inútilmente en lograr sonoras rimas) y la crudeza de algunas acciones poco apropiadas para el público infantil terminan por hundir este producto pobremente animado.
Todo comienza en una aburrida tarde de vacaciones. Tres niños, Fly, su hermana Stella y su primo Chuck, desobedecen las órdenes de sus padres y se escapan a la playa con la intención de pescar. Accidentalmente, caen en una caverna y descubren el laboratorio del profesor Mac Krill. Este excéntrico científico está convencido de que, por efecto del calentamiento global, en pocos años la mayor parte del planeta quedará sumergida bajo los mares. Por este motivo está obsesionado con descubrir una pócima que permita a los hombres respirar bajo el agua.
Como nos es revelado por el título del film, los niños se convierten en peces y viven una serie de aventuras mientras intentan retornar a la forma humana. Simultáneamente, en el fondo del mar ocurre un proceso inverso. Por culpa del derrame de un antídoto (también creado por Mac Krill) los peces comienzan a “humanizarse”: primero hablando, luego pensando y, por último, soñando con la conquista del globo terráqueo, para lo cual conforman una organización fascista, beligerante e imperialista.
Este último recurso permite la antropomorfización del reino animal, tan característica de los estudios Disney. Así, el relato puede vehiculizar las habituales consignas racistas, sexistas y maniqueas. Los “malos” (en este caso, la mayoría de los habitantes del mar) son aquellos que se parecen a “nosotros”, pero que no lo son esencialmente. “Ellos” pueden aprender “nuestro” idioma, pero cualquier otra semejanza es pura coincidencia.
Para reforzar la identificación con el “nosotros”, los protagonistas responden al estereotipo del WASP (blanco, anglosajón y protestante). Fly luce su gorra de béisbol y sus zapatillas deportivas, se desplaza en skate y es amante de los videojuegos. Chuck, en cambio, representa a una cruel caricatura de los intelectuales: gordo, con grandes anteojos, poco amigo de la aventura y, cuando se transforma en una desagradable aguaviva, pelado.
Las poco atractivas canciones (que en su doblaje al castellano pierden toda gracia, debido a una pésima traducción que se esfuerza inútilmente en lograr sonoras rimas) y la crudeza de algunas acciones poco apropiadas para el público infantil terminan por hundir este producto pobremente animado.